PISTAS Y BARRO

El discurrir de la marcha se hace ameno cuando en el recorrido nos encontramos paisajes inolvidables. Caminos infinitos con trazados preciosos en donde el tiempo se detiene y el avance sobre ellos se convierte en la mejor de las carreras.

sábado, 22 de noviembre de 2014

El tiro silba en el aire y da en una cabeza que el silbido debió haber advertido y que, advertida, debió haberse precavido.

“Se ha sufrido muchas veces lo bastante para tener el derecho de no decir jamás: soy demasiado feliz”


Mientras tanto, Jean de Witt, al que hemos dejado subiendo la escalera de piedra después de su conversación con el carcelero Gryphus y su hija Rosa, había llegado a la puerta de la celda donde yacía sobre un colchón su hermano Corneille, al que el fiscal había hecho aplicar, como hemos dicho, la tortura preparatoria.
La sentencia del destierro había hecho inútil la aplicación de la tortura extraordinaria.
Corneille, echado sobre su lecho, con las muñecas dislocadas y los dedos rotos, no habiendo confesado nada de un crimen que no había cometido, acabó por respirar al fin, después de tres días de sufrimientos, al saber que los jueces de los que esperaba la muerte, habían tenido a bien no condenarlo más que al destierro.
Cuerpo enérgico, alma invencible, hubiera decepcionado a sus enemigos si éstos hubiesen podido, en las profundidades sombrías de la celda de la Buytenhoff, ver brillar sobre su pálido rostro la sonrisa del mártir que olvida el fango de la Tierra después de haber columbrado los resplandores del Cielo.

Jean y Corneille de Witt

Craeke reconoció desde lejos a Dordrecht, la ciudad alegre, al pie de su colina sembrada de molinos. Vio las bellas casas rojas con líneas blancas, bañando en el agua sus pies de ladrillos, y dejando flotar por los balcones abiertos sobre el río sus tapices de seda salpicados de flores de oro, maravillas de India y China, y al lado de aquellos tapices, esos grandes sedales, trampas permanentes para coger las voraces anguilas atraídas ante las viviendas por los desperdicios cotidianos que las cocinas lanzan al agua por sus ventanas.

Craeke reconoció desde lejos a Dordrecht, la ciudad alegre,
al pie de su colina sembrada de molinos

Logró pues, Van Baerle numerosos éxitos que le dieron cierta fama, y Boxtel desapareció para siempre de la lista de los tulipaneros notables de Holanda, y la tulipanería de Dordrecht fue representada por Cornelius Van Baerle, el modesto e inofensivo sabio.
Así, de la más humilde rama, el injerto hizo brotar los vástagos más orgullosos, como el escaramujo de cuatro pétalos incoloros dio origen a la rosa gigantesca y perfumada. Así las casas reales han nacido a veces en la choza de un leñador o en la cabaña de un pescador.
Van Baerle, entregado por entero a sus trabajos de semillero, de plantador, de cosechero, mimado por toda la tulipanería de Europa, ni siquiera sospechó que a su lado hubiera un desgraciado destronado, y que él era el usurpador. Continuó sus experimentos, y por consiguiente sus victorias, y en dos años cubrió sus plantabandas de especies tan maravillosas que puede decirse que nadie, excepto tal vez Shakespeare y Rubens, había creado tanto después de Dios.

...y la tulipanería de Dordrecht fue representada por Cornelius Van Baerle,
el modesto e inofensivo sabio.

Cornelius lo cogió, y en la segunda página -porque, como se recuerda, la primera había sido arrancada-, próximo a morir a su vez como su padrino, escribió con una mano no menos firme:

Este 23 de agosto de 1672, a punto de rendir, aunque inocente, mi alma a Dios sobre un cadalso, lego a Rosa Gryphus el único bien que me queda de todos mis bienes en este mundo, ya que los otros han sido confiscados; lego, digo, a Rosa Gryphus, tres bulbos que, en mi convicción profunda, deben dar en el mes de mayo próximo el gran tulipán negro, objeto del premio de cien mil florines ofrecido por la Sociedad de Haarlem, deseando que ella cobre esos cien mil florines en mi lugar y como mi única heredera, con la sola condición de casarse con un hombre joven de aproximadamente mi edad, que la ame y a quien ella ame, y de dar al gran tulipán negro que creará una nueva especie el nombre de Rosa Barloensis, es decir, su nombre y el mío reunidos.
¡Dios me halle en gracia y a ella en salud!
CORNELIUS VAN BAERLE.

¡Dios me halle en gracia y a ella en salud!

Cornelius se quedó muy quieto, pero esto no era para él más que un preludio.
Cuando la fatalidad comienza a realizar una mala obra, es raro que no prevenga caritativamente a su víctima, como un espadachín hace con su adversario para darle tiempo a ponerse en guardia.
Casi siempre, estos avisos emanan del instinto del hombre o de la complicidad de los objetos inanimados, a menudo menos inanimados de lo que generalmente se cree; casi siempre, decimos nosotros, estos avisos se desatienden.
El tiro silba en el aire y da en una cabeza que el silbido debió haber advertido y que, advertida, debió haberse precavido.

El tiro silba en el aire y da en una cabeza que el silbido debió haber advertido y que,
advertida, debió haberse precavido

En los días precedentes, la prisión se había hecho pesada, sombría, deprimente; oprimía con todo su peso al pobre prisionero. Sus muros eran negros, su aire era frío, los barrotes estaban dispuestos de forma que apenas dejaban pasar la luz del día.
Pero cuando Cornelius despertó al nuevo día, un rayo de sol matinal jugaba en los barrotes, los palomos hendían el aire con sus alas extendidas, mientras que otros se arrullaban amorosamente sobre el tejadillo de la ventana todavía cerrada.
Cornelius corrió hacia aquella ventana y la abrió; le pareció que la vida, la alegría, casi la libertad, entraban con ese rayo de sol en la sombría celda.
Es que el amor florecía y hacía florecer cada cosa a su alrededor; el amor, flor del cielo de otro brillo, perfumaba de forma distinta a todas las flores de la Tierra.

Cornelius corrió hacia aquella ventana y la abrió; le pareció que la vida, la alegría,
casi la libertad, entraban con ese rayo de sol en la sombría celda.

«Estaba escrito -pensó el pobre Cornelius-, que no daría mi nombre en este mundo ni a un niño, ni a una flor, ni a un libro, esas tres obligaciones de las que Dios impone una por lo menos, según se asegura, a todo hombre un poco organizado al que digna dejar gozar sobre la tierra de la propiedad de un alma y del usufructo de un cuerpo.»


Estaba escrito -pensó el pobre Cornelius-,
que no daría mi nombre en este mundo ni a un niño, ni a una flor, ni a un libro...

Finalmente, para combatir a los envidiosos del porvenir, a los que la Providencia tal vez no hubiera tenido el placer de desembarazarse de ellos como lo había hecho con Mynheer Isaac Boxtel, escribió encima de su puerta esta frase que De Grotius había grabado el día de su huida, en el muro de su prisión: “Se ha sufrido muchas veces lo bastante para tener el derecho de no decir jamás: soy demasiado feliz”.

“Se ha sufrido muchas veces lo bastante para tener el derecho de no decir jamás: soy demasiado feliz”.

Extraído del libro: "El Tulipán Negro"

Escrito por Alejandro Dumas

viernes, 14 de noviembre de 2014

Llegan y se van, te vuelves y se han ido, como un rayo en el cielo, como un suspiro.

Llegan y se van, te vuelves y se han ido, como un rayo en el cielo, como un suspiro.


A continuación abrí la ventana y salí al tejado de la posada. Desde allí solo tenía que dar un salto para llegar a la panadería del otro lado del callejón.
El creciente de luna que brillaba en el cielo me proporcionaba suficiente luz para ver sin ser visto. Y no es que me preocupara mucho que alguien pudiera verme. Era cerca de medianoche, y las calles estaban tranquilas. Además, es asombroso lo poco que la gente mira hacia arriba.
Auri me esperaba sentada en una ancha chimenea de ladrillo. Llevaba el vestido que yo le había comprado y balanceaba distraídamente los pies descalzos mientras contemplaba las estrellas. Su fino cabello formaba alrededor de su cabeza un haló que se desplazaba con el más leve soplo de brisa.
Pisé con cuidado al centro de una plancha de chapa del tejado. La plancha produjo un sonido hueco bajo mis pies, como un lejano y melodioso tambor. Auri dejó de balancear los pies y se quedó quieta como un conejillo asustado. Entonces me vio y sonrió. La saludé con la mano.
Bajó de un salto de la chimenea y vino corriendo hasta mí, la melena ondeando.
—Hola, Kvothe. —Dio un pasito hacia atrás—. Hueles mal.
Compuse mi mejor sonrisa del día.
—Hola, Auri —dije—. Tú hueles como una muchacha hermosa.
—Sí —coincidió ella, jovial.
Dio unos pasitos hacia un lado, y luego otra vez hacia delante, de puntillas.
—¿Qué me has traído? —me preguntó.
—Y tú, ¿qué me has traído? —repliqué.
Ella sonrió.
—Tengo una manzana que piensa que es una pera — dijo sosteniéndola en alto—. Y un bollo que piensa que es un gato. Y una lechuga que piensa que es una lechuga.
—Entonces es una lechuga inteligente.
—No mucho—dijo ella con una risita delicada—. Si fuera inteligente, ¿por qué iba a pensar que era una lechuga?
—¿Ni siquiera si fuera una lechuga? —pregunté.
—Sobre todo si fuera una lechuga —dijo ella—. Ya es mala pata ser una lechuga. Pero peor aún pensar que se es una lechuga. —Sacudió la cabeza con tristeza, y su cabello siguió su movimiento, como si flotara bajo el agua. Abrí mi hatillo.
—Te he traído patatas, media calabaza y una botella de cerveza que piensa que es una hogaza de pan.
 —¿Qué piensa que es la calabaza? —me preguntó con curiosidad, contemplándola. Tenía las manos cogidas detrás de la espalda.
—Sabe que es una calabaza —dije—. Pero hace ver que es la puesta de sol.
—¿Y las patatas?
—Las patatas duermen —dije—. Y me temo que están frías.
Auri me miró con unos ojos llenos de dulzura.
—No tengas miedo —me dijo; alargó una mano y posó brevemente los dedos sobre mi mejilla, y su caricia fue más ligera que la caricia de una pluma—. Estoy aquí.
Estás a salvo.

Auri me esperaba sentada en una ancha chimenea de ladrillo. Llevaba el vestido que yo le había comprado y balanceaba distraídamente los pies descalzos mientras contemplaba las estrellas. Su fino cabello formaba alrededor de su cabeza un haló que se desplazaba con el más leve soplo de brisa.
Quizá penséis que los peores recuerdos eran los del día que mataron a mi troupe. De cómo volví a nuestro campamento y lo encontré todo en llamas. Las macabras siluetas de los cadáveres de mis padres bajo la débil luz del crepúsculo. El olor a lona chamuscada y a sangre y a pelo quemados. Mis recuerdos de quienes los habían asesinado. De los Chandrian. Del hombre que habló conmigo, sin parar de sonreír. De Ceniza.
Eran malos recuerdos, pero a lo largo de los años los había rescatado y los había examinado tan a menudo que ya apenas me producían dolor. Recordaba el tono y el timbre de la voz de Haliax con la misma claridad con que recordaba los de la voz de mi padre. Podía visualizar sin dificultad el rostro de Ceniza. Aquella sonrisa que mostraba unos dientes perfectos. Su cabello blanco y rizado. Sus ojos, negros como gotas de tinta. Su voz, cargada de frío invernal, diciendo: «Sé de unos padres que han estado cantando unas canciones que no hay que cantar».
Quizá penséis que esos eran los peores recuerdos.
Pero os equivocáis. No. Los peores recuerdos eran los de mis primeros años de vida. El lento balanceo y las sacudidas del carromato, mi padre llevando las riendas sueltas. Sus fuertes manos sobre mis hombros, mostrándome cómo debía colocarme sobre el escenario para que mi cuerpo dijera «orgulloso», o «triste», o «tímido». Sus dedos colocando bien los míos sobre las cuerdas de su laúd.
Mi madre cepillándome el cabello. Sus brazos rodeándome. La perfección con que mi cabeza encajaba en la curva de su cuello. Cómo por la noche me acurrucaba en su regazo junto al fuego, adormilado, feliz y seguro.
Esos eran los peores recuerdos. Preciosos y perfectos. Afilados como un bocado de cristales rotos.
Tumbado en la cama, tensaba todos los músculos de mi cuerpo hasta formar un nudo tembloroso, sin poder dormir, sin poder pensar en otras cosas, sin poder dejar de recordar. Otra vez. Y otra. Y otra.

Quizá penséis que los peores recuerdos eran los del día que mataron a mi troupe.
De cómo volví a nuestro campamento y lo encontré todo en llamas.

La entrada de los Chandrian era la única que no llevaba ilustración, por supuesto. En su lugar solo había una página vacía enmarcada con volutas decorativas. El poema no aportaba absolutamente nada:
De un sitio a otro los Chandrian van,
Pero nunca dejan rastro ni sabes dónde están.
Guardan sus secretos con mucho cuidado,
pero nunca te arañan ni te pegan un bocado.
No montan peleas ni arman jaleos.
De hecho con nosotros son bastante buenos.
Llegan y se van, te vuelves y se han ido,
como un rayo en el cielo, como un suspiro.
Pese a lo irritante que resultaba un texto tan superficial, al menos dejaba algo muy claro: para el resto de la gente, los Chandrian no eran más que cuentos de hadas infantiles. Tan irreales como los engendros o los unicornios.
Yo sabía otra cosa, por supuesto. Los había visto con mis propios ojos. Había hablado con Ceniza, el de los ojos negros. Había visto a Haliax, envuelto en un manto de sombra.

Yo sabía otra cosa, por supuesto. Los había visto con mis propios ojos. Había hablado con Ceniza, el de los ojos negros. Había visto a Haliax, envuelto en un manto de sombra.

»Veamos —prosiguió Sleát frotándose la cara—. Tocas bastante bien el laúd y eres más orgulloso que un gato pateado. Eres descortés, mordaz y no muestras ningún respeto por tus superiores, que dada tu humilde cuna de liante, son prácticamente todos.
Noté que me ponía rojo de ira; el calor abrasador de mi cara se extendió rápidamente por todo mi cuerpo.
—Soy el mejor músico que jamás conocerás o verás desde lejos —dije con una calma forzada—. Y soy Edena Ruh hasta la médula. Lo que significa que mi sangre es roja. Significa que respiro aire puro y camino por donde me llevan los pies. No me arrastro ni me acobardo como un perro ante nadie por el hecho de que tenga un título.
Eso lo interpretan como orgullo quienes se han pasado la vida lamiéndoles el culo a los demás.
Sleat compuso una sonrisa perezosa, y comprendí que había mordido su anzuelo.

Soy el mejor músico que jamás conocerás o verás desde lejos —dije con una calma forzada—. Y soy Edena Ruh hasta la médula

Denna dio un resoplido muy poco delicado.
—Es la pura verdad —dije—. Eres mi penique reluciente en la cuneta. Vales más que la sal o que la luna una larga noche de caminata. Eres un vino dulce en mi boca, una canción en mi garganta, y la risa en mi corazón.
Denna se ruborizó, pero yo continué, imperturbable:
—Eres demasiado buena para mí. Eres un lujo que no puedo permitirme. A pesar de todo, insisto en que hoy vengas conmigo. Te invitaré a cenar y pasaré horas hablando extasiado del inmenso y maravilloso paisaje que eres tú.
Me puse de pie y la ayudé a levantarse.
—Tocaré el laúd para ti. Te cantaré canciones. Durante el resto de la tarde, nada ni nadie podrá molestarnos. —Ladeé la cabeza convirtiéndolo en una pregunta.
Denna curvó los labios.
—Es una buena proposición —dijo—. Me encantaría pasar una tarde alejada de todo.

Eres mi penique reluciente en la cuneta. Vales más que la sal o que la luna una larga noche de caminata. Eres un vino dulce en mi boca, una canción en mi garganta, y la risa en mi corazón.

Vi correr a alguien por el muelle, hacia nosotros: era el hombre de rostro avinagrado que había pasado de largo por el Puente de Piedra cuando estaba allí con Elodin.
Llevaba un fardo bajo un brazo.
—Ese debe de ser el marinero que faltaba —me apresuré a decir—. Será mejor que suba a bordo. —Di un rápido abrazo a Threpe y traté de alejarme antes de que pudiera darme otro consejo.
Pero él me cogió por la manga antes de que me diera la vuelta.
—Ten cuidado por el camino —dijo con expresión preocupada—. Recuerda que todo hombre sabio teme tres cosas: la tormenta en el mar, la noche sin luna y la ira de un hombre amable.
El marinero pasó a nuestro lado y recorrió la pasarela corriendo, sin importarle que las tablas rebotaran y traquetearan bajo sus pies.
Sonreí a Threpe para tranquilizarlo y seguí al marinero.
Dos hombres de rostro curtido levantaron la pasarela, y le devolví a Threpe un último saludo con la mano.
Se vocearon órdenes, los hombres se afanaron y el barco empezó a moverse. Me volví para mirar río abajo, hacia Tarbean, hacia el mar.

Se vocearon órdenes, los hombres se afanaron y el barco empezó a moverse. 
Me volví para mirar río abajo, hacia Tarbean, hacia el mar.

Felurian estiró un brazo y me acarició los labios con la yema de un dedo, «puedes reírte cuanto quieras mientras llena perdura, pero que sepas que hay una mitad más oscura.» Se separó de mí sin soltarme la mano y tiró de mí por el agua formando un perezoso espiral, «un mortal sagaz teme la noche que ni una pizca de esa dulce luz derroche.»
Se llevó mi mano hacia el pecho, girando y arrastrándome por el agua hacia ella, «un paso u otro en una noche así, tan negra, podría meterte en la mitad oscura, o en su estela, y llevarte hasta fata, aunque sea involuntariamente.» Se interrumpió y me miró con seriedad, «donde tu estancia deberá ser permanente.»
Felurian dio un paso hacia atrás en el agua, tirando de mí. «y en un terreno tan extraño e inusual, ¿cómo no va a ahogarse un ser mortal?»
Di otro paso hacia ella y no encontré nada bajo los pies. De pronto la mano de Felurian ya no estaba entrelazada con la mía, y el agua negra se cerró sobre mi cabeza. Atragantándome, ciego, empecé a agitar desesperadamente los brazos y las piernas tratando de salir a la superficie.
Tras un largo y aterrador momento, las manos de Felurian me sujetaron y me arrastraron hasta la superficie como si yo no pesara más que un gatito. Me acercó a su cara, ante sus ojos oscuros, duros y centelleantes.
Con voz nítida, dijo: «hago esto para que escuches y no te quepa duda alguna, un hombre sabio contempla con temor la noche sin luna».

Felurian dio un paso hacia atrás en el agua, tirando de mí. «y en un terreno tan extraño e inusual,
¿cómo no va a ahogarse un ser mortal?
»

Pero ¿cómo es posible?, os preguntaréis. ¿Cómo puede compararse una mujer mortal con Felurian?
Si lo pensáis en términos musicales, es más fácil entenderlo. A veces un hombre disfruta oyendo una sinfonía. Otras le apetece más una giga. Con el amor pasa lo mismo. Cierto tipo de amor resulta adecuado para los mullidos almohadones de un claro crepuscular. Otro resulta natural en el desorden de las sábanas de una cama estrecha en el último piso de una posada. Cada mujer es como un instrumento, y espera que la entiendan, la amen y la toquen con delicadeza, para por fin hacer sonar su verdadera música.
Habrá quien se ofenda con esta manera de ver las cosas, si no entiende cómo concibe la música un artista de troupe. Habrá quien piense que degrado a las mujeres. Habrá quien me considere insensible, grosero o zafio.
Pero esos no entienden el amor, ni la música, ni me entienden a mí.

Pero ¿cómo es posible?, os preguntaréis. ¿Cómo puede compararse una mujer mortal con Felurian?

«Como el enemigo no podía vencer mediante la fuerza, se movió como un gusano dentro de un fruto. El enemigo no era del Lethani. Envenenó a otros siete contra el imperio, y olvidaron el Lethani. Seis traicionaron a las ciudades que confiaban en ellos. Seis ciudades cayeron y
sus nombres se olvidaron.
»Uno recordó el Lethani, y no traicionó a una ciudad. Esa ciudad no cayó. Uno de ellos recordó el Lethani y el imperio no perdió la esperanza. Con una ciudad en pie. Pero el nombre de esa ciudad también se olvidó, y quedó enterrado en el tiempo.
»Pero se conservan siete nombres. El nombre de uno y el de los seis que lo siguieron. Siete nombres se han conservado tras el derrumbamiento del imperio, en la tierra rota y en el cielo cambiado. Siete nombres se han conservado durante el largo deambular de Ademre. Siete nombres se han conservado, los nombres de los siete traidores. Recuérdalos y conócelos por sus siete señales:
Cyphus lleva la llama azul.
Stercus es esclavo del hierro.
Ferule, frío y de ojo oscuro.
Usnea solo vive en la podredumbre.
Dalcenti, gris, no habla nunca.
La pálida Alenta trae la peste.
El último es el señor de los siete:
odiado. Perdido. Insomne. Cuerdo.
Alaxel lleva el yugo de la sombra.
 
Siete nombres se han conservado durante el largo deambular de Ademre.
Siete nombres se han conservado, los nombres de los siete traidores

—Y ¿cómo ha sido, exactamente? —preguntó Kvothe.
Cronista miró al posadero desde el otro lado de la mesa, como si le hubiera sorprendido la pregunta.
—¿Exactamente? Yo no estoy aquí para contar una historia. —Volvió a guardar el trapo en la cartera—. En pocas palabras: me enfadé y me marché de la Universidad en busca de pastos más verdes. Es lo mejor que he hecho en la vida. En un mes en el camino aprendí más de lo que había aprendido con tres años de clases.
Kvothe asintió.
—Ya lo dijo Teccam: no hay hombre valiente que nunca haya caminado cien kilómetros. Si quieres saber quién eres, camina hasta que no haya nadie que sepa tu nombre. Viajar nos pone en nuestro sitio, nos enseña más que ningún maestro, es amargo como una medicina, cruel como un espejo. Un largo tramo de camino te enseñará más sobre ti mismo que cien años de silenciosa introspección.

Ya lo dijo Teccam: no hay hombre valiente que nunca haya caminado cien kilómetros.
Si quieres saber quién eres, camina hasta que no haya nadie que sepa tu nombre. 

Extraído del libro: "El temor de un hombre sabio"

escrito por Patrick Rothfuss

sábado, 11 de octubre de 2014

He recorrido de noche caminos de los que otros no se atreven a hablar ni siquiera de día

Me llamo Kvothe, que se pronuncia «cuouz». Los nombres son importantes porque dicen mucho sobre la persona. He tenido más nombres de los que nadie merece. Los Adem me llaman Maedre. Que, según cómo se pronuncie, puede significar la Llama, el Trueno o el Árbol Partido. La Llama es obvio para todo el que me haya visto.

Me llamo Kvothe, que se pronuncia «cuouz»

Tengo el pelo de color rojo intenso. Si hubiera nacido hace un par de siglos, seguramente me habrían quemado por demonio. Lo llevo corto, pero aun así me cuesta dominarlo. Si lo dejo a su antojo, se me pone de punta y parece que me hayan prendido fuego. El Trueno lo atribuyo a mi potente voz de barítono y a la instrucción teatral que recibí a temprana edad. El Árbol Partido nunca lo he considerado muy importante. Aunque pensándolo bien, supongo que podríamos considerarlo al menos parcialmente profético. Mi primer mentor me llamaba E’lir porque yo era listo y lo sabía. Mi primera amante me llamaba Dulator porque le gustaba cómo sonaba. También me han llamado Shadicar, Dedo de Luz y Seis Cuerdas. Me han llamado Kvothe el Sin Sangre, Kvothe el Arcano y Kvothe el Asesino de Reyes. Todos esos nombres me los he ganado. Los he comprado y he pagado por ellos.
Pero crecí siendo Kvothe. Una vez mi padre me dijo que significaba «saber».
Me han llamado de muchas otras maneras, por supuesto. La mayoría eran nombres burdos, aunque muy pocos eran inmerecidos. He robado princesas a reyes agónicos. Incendié la ciudad de Trebon. He pasado la noche con Felurian y he despertado vivo y cuerdo. Me expulsaron de la Universidad a una edad a la que a la mayoría todavía no los dejan entrar. He recorrido de noche caminos de los que otros no se atreven a hablar ni siquiera de día. He hablado con dioses, he amado a mujeres y he escrito canciones que hacen llorar a los bardos.
Quizá hayas oído hablar de mí.


Tengo el pelo de color rojo intenso.
Si hubiera nacido hace un par de siglos, seguramente me habrían quemado por demonio

Quizá la mayor facultad que posee nuestra mente sea la capacidad de sobrellevar el dolor. El pensamiento clásico nos enseña las cuatro puertas de la mente, por las que cada uno pasa según sus necesidades.
La primera es la puerta del sueño. El sueño nos ofrece un refugio del mundo y de todo su dolor. El sueño marca el paso del tiempo y nos proporciona distancia de las cosas que nos han hecho daño. Cuando una persona resulta herida, suele perder el conocimiento. Y cuando alguien recibe una noticia traumática, suele desvanecerse o desmayarse. Así es como la mente se protege del dolor: pasando por la primera puerta.
La segunda es la puerta del olvido. Algunas heridas son demasiado profundas para curarse, o para curarse deprisa. Además, muchos recuerdos son dolorosos, y no hay curación posible. El dicho de que «el tiempo todo lo cura» es falso. El tiempo cura la mayoría de las heridas. El resto están escondidas detrás de esa puerta.
La tercera es la puerta de la locura. A veces, la mente recibe un golpe tan brutal que se esconde en la demencia. Puede parecer que eso no sea beneficioso, pero lo es. A veces, la realidad es solo
dolor, y para huir de ese dolor, la mente tiene que abandonar la realidad.
La última puerta es la de la muerte. El último recurso. Después de morir, nada puede hacernos daño, o eso nos han enseñado.
Después de que mataran a mi familia, me adentré en el bosque y dormí. El cuerpo me lo exigía, y mi mente utilizó la primera puerta para aliviar el dolor que me embargaba. La herida quedó cubierta hasta que llegara el momento propicio para la curación. Era un mecanismo de defensa: una buena parte de mi mente dejó de funcionar. Se apagó, por así decirlo.
Mientras mi mente dormía, gran parte de los detalles dolorosos del día anterior se escondieron detrás de la segunda puerta. Pero no del todo. No olvidé lo que había pasado, y sin embargo el recuerdo quedó amortiguado, como si lo viera a través de una tupida gasa. Si hubiera querido, habría podido recordar las caras de los muertos, la cara de aquel hombre de ojos negros. Pero no quería recordar. Empujé esos pensamientos y dejé que acumularan polvo en un rincón de mi mente que utilizaba poco.
Soñé. No con sangre, ojos vidriosos y olor a pelo quemado, sino con cosas más agradables. Y poco a poco, la herida dejó de dolerme...


Después de que mataran a mi familia, me adentré en el bosque y dormí.

Me dio la espalda y se puso a ordenar el banco de trabajo mientras tarareaba una melodía. Tardé un segundo en reconocerla: «Vete de la ciudad, calderero».
Yo sabía que el anciano estaba tratando de hacerme un favor,  y una semana antes no habría dejado escapar la oportunidad de hacerme con un par de zapatos gratis. Pero por algún extraño motivo, no me parecía justo. Recogí rápidamente mis cosas y dejé un par de iotas de cobre encima del taburete antes de salir de la tienda. ¿Por qué? Porque el orgullo nos hace hacer cosas extrañas, y porque la generosidad debe recompensarse con generosidad. Pero sobre todo porque me pareció que era lo correcto, y eso ya es razón suficiente.


Porque el orgullo nos hace hacer cosas extrañas,
y porque la generosidad debe recompensarse con generosidad

La taberna olía a humo, a sudor y a cerveza derramada. Me alegré cuando Denna me preguntó si me apetecía dar un paseo.
Hacía una templada noche de primavera, sin viento. Hablamos mientras paseábamos lentamente por el bosque que había detrás de la posada. Al cabo de un rato llegamos a un amplio claro en cuyo centro había una charca.
Al borde del agua había un par de rocas de guía; su plateada superficie se destacaba contra el negro del cielo y contra el negro del agua. Una estaba de pie, y parecía un dedo que señalara el cielo.
La otra estaba tumbada, y se extendía hasta el agua como un pequeño embarcadero de piedra.
No había viento que alterara la superficie del agua. Así que cuando nos subimos a la piedra caída, las estrellas se reflejaban perfectamente en la charca. Era como si estuviéramos sentados en medio de un mar de estrellas.


La taberna olía a humo, a sudor y a cerveza derramada.
Me alegré cuando Denna me preguntó si me apetecía dar un paseo.

Toqué la última cuerda y la afiné también ligeramente. Compuse un acorde sencillo y rasgueé las cuerdas produciendo un sonido suave y afinado. Desplacé un dedo, y el acorde pasó a menor produciendo un sonido que siempre me hacía pensar que el laúd estaba diciendo «triste». Volví a mover las manos, y el laúd produjo dos acordes que susurraron el uno contra el otro. Entonces, sin darme cuenta de lo que hacía, me puse a tocar.
El tacto de las cuerdas me producía extrañeza; mis dedos y las cuerdas eran como dos amigos que se reencuentran y que no recuerdan qué tienen en común. Toqué flojo y despacio, sin lanzar las notas más allá del círculo de luz de la hoguera. Mis dedos y las cuerdas mantenían una cuidadosa conversación, como si su danza describiera el guión de un enamoramiento.
Entonces noté que algo se rompía dentro de mí, y la música empezó a brotar invadiendo el silencio. Mis dedos bailaban; con movimientos ágiles e intrincados, tejían algo trémulo y sutil que abarcaba el círculo de luz que proyectaba nuestra hoguera. La música se movía como una telaraña agitada por un débil soplo, cambiaba como una hoja que gira al caer al suelo, y te hacía sentir tres años en la Ribera de Tarbean, el vacío dentro de ti y las manos doloridas por el frío.
No sé cuánto rato toqué. Quizá diez minutos, o quizá una hora. Pero mis manos no estaban acostumbradas al esfuerzo. De pronto resbalaron, y la música se derrumbó, como un sueño al despertar.




Entonces noté que algo se rompía dentro de mí,
y la música empezó a brotar invadiendo el silencio
La música se movía como una telaraña agitada por un débil soplo,
cambiaba como una hoja que gira al caer al suelo

Antes de que pudiéramos decir nada más, Lorren irrumpió en el vestíbulo. Su semblante, normalmente plácido, reflejaba dureza y ferocidad. Me entró un sudor frío y pensé en lo que Teccam escribió en su Teofanía: «Todos los hombres sabios temen tres cosas: la tormenta en el mar, la noche sin luna y la ira de un hombre apacible».

«Todos los hombres sabios temen tres cosas: la tormenta en el mar,
la noche sin luna y la ira de un hombre apacible»

Murmuré una excusa y me marché, demasiado turbado para preocuparme por si había hecho el ridículo o no. Cuando volvía hacia la escalera, desmoralizado, mi parte sabia aprovechó la ocasión para amonestarme. «Eso es lo que se consigue con la esperanza —dijo—. Nada bueno. Sin embargo, es mejor que no la hayas encontrado. No habría podido estar a la altura de su voz. Esa voz, bella y terrible como la plata ardiendo, como la luz de la luna reflejada en las piedras de un río, como una pluma acariciando tus labios.»


Esa voz, bella y terrible como la plata ardiendo,
como la luz de la luna reflejada en las piedras de un río,
como una pluma acariciando tus labios.

Entonces fue cuando comprendí que todo aquello había sido una prueba. Elodin me había estado midiendo desde que nos habíamos visto por primera vez. Sentía, a su pesar, respeto por mi tenacidad, y le había sorprendido que hubiera notado algo raro en la atmósfera de su habitación. Estaba a punto de aceptarme como pupilo. Pero necesitaba más: necesitaba una prueba de mi entrega. Una demostración. Un acto de fe.
Y mientras estaba allí de pie, me vino a la mente un fragmento de la historia: «Táborlin se precipitó, pero no perdió la esperanza. Porque conocía el nombre del viento, y el viento le obedeció. Le habló al viento, y este lo meció y lo acarició. Lo bajó hasta el suelo suavemente, como si fuera un vilano de cardo, y lo posó de pie con la dulzura del beso de una madre».
Elodin sabía el nombre del viento.
Sin dejar de mirarlo a los ojos, salté del borde del tejado.

Elodin sabía el nombre del viento.
Sin dejar de mirarlo a los ojos, salté del borde del tejado.

—No hay nada que haga sentirse más viejo a un hombre que una mujer joven. —Me puso una mano en el hombro—. Vamos, tómate algo conmigo. —Fuimos hasta la larga barra de caoba, y Deoch se puso a murmurar mientras examinaba las botellas—. La cerveza embota la memoria, el aguardiente le prende fuego, pero el vino es lo mejor para un corazón dolorido. —Hizo una pausa y me miró con la frente arrugada—. No recuerdo cómo sigue.
¿Y tú?
—Nunca lo había oído —repuse—. Pero Teccam afirma que de todos los licores, el vino es el único adecuado para recordar. Decía que un buen vino proporciona claridad y concentración, al mismo tiempo que permite cierta reconfortante coloración de la memoria.


He robado princesas a reyes agónicos. Incendié la ciudad de Trebon.
He pasado la noche con Felurian y he despertado vivo y cuerdo.
Me expulsaron de la Universidad a una edad a la que a la mayoría todavía no los dejan entrar.



Extraído del libro: "El nombre del viento"

Autor: Patrick Rothfuss

viernes, 11 de abril de 2014

Selección de CITAS de Pistas y Barro (Abr'14)

“la amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas”.
Aristóteles

Aristóteles
 “No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas”.
Séneca

Séneca
"...el que desea, desea lo que no tiene a su disposición y no está presente, lo que no posee, lo que él no es y aquello de que carece..."
Sócrates

Sócrates
 “...Cuando un rico no consigue el poder, lo obtiene apoyándose en la democracia. Se hace primero el protector del pueblo y se cambia después de protector en tirano... El campeón del pueblo, encontrando una multitud desesperada que está dispuesta a seguirle, esclaviza y mata y amenaza con cancelar las deudas y repartir las tierras. Cuando procede de este modo, acaba necesariamente aniquilado por sus enemigos o haciéndose un tirano y cambiando de hombre en lobo...”
Platón

Platón
“Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido,
sin cuerpo dejará, no sin cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado”
Francisco de Quevedo

Francisco de Quevedo
“Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar”.
José de Espronceda

José de Espronceda
“Nuestras vidas son los ríos
que van a dar a la mar
que es el morir:
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir”.
Jorge Manrique

Jorge Manrique
“Perdido ando, señora, entre la gente
sin vos, sin mí, sin ser, sin Dios, sin vida:
sin vos porque de mi no sois servida
sin mi porque con vos no estoy presente;
sin ser porque del ser estando ausente
no hay cosa del ser no me despida;
sin Dios porque mi alma a Dios olvida
por contemplar en vos continuamente:
sin vida porque ausente de su alma
nadie vive, y si ya no estoy difunto
es en fe de esperar vuestra venida.
¡Oh bellos ojos, luz preciosa y alma,
vuelve a mirarme, volvereísme al punto
a vos, a mí, mi ser, mi Dios, mi vida!.
Bernardo de Balbuena

Bernardo de Balbuena

jueves, 20 de marzo de 2014

Cualquier hombre cabal puede escoger la forma y el lugar donde morir, pero nadie elige las cosas que recuerda

“…En la vida lo malo no es conocer sino mostrar que se conoce. Tan peligroso resulta ser poco discreto revelando que uno sabe de más como caer en la simpleza de saber menos. Siempre es bueno prevenir la música antes de que empiece el baile…”

La Cruz de Marino o de Salar
“…Si es cierto que cada cual arrastra sus fantasmas, los de Diego Alatriste y Tenorio no eran serviciales, ni amables, ni tampoco grata compaña. Pero, como le oí decir alguna vez encogiendo los hombros con aquel ademán singular, tan suyo, que parecía hecho a medias de resignación e indiferencia: cualquier hombre cabal puede escoger la forma y el lugar donde morir, pero nadie elige las cosas que recuerda…”

Misifú

Extraído del libro: “Limpieza de sangre”

Escrito por Arturo Pérez Reverte

sábado, 1 de marzo de 2014

Aspiraron los aires con olor a juncias, entre el clamoreo de las gaviotas y el griterío de los marineros que los saludaban.

…Tras el invierno, la vida se había reanudado con brío en Tartessos.
El campo verdeaba y se oía el canto de la calandria entre las encinas. El pródigo regazo de la primavera bullía en un estallido de verdor, y de las riberas arribaba una brisa con aromas a bayunco y romero, mientras una atmósfera de calmosa templanza oreaba las aguas del lago Ligur. El frescor amansaba la concupiscente estación que los tartesios nombraban de la Luna, en honor de la diosa de la fertilidad, cuando nacían los corderos en las arquerías y germinaban los brotes nuevos en los valles…

Desembocadura del río Cacín en el río Genil
(Villanueva Mesía)
…Un sol anaranjado pincelaba la bocana del puerto de Turpa, arropaba como un velo de seda por las aguas del mar y del río Tertis cuando las galeras porteras y El Tridente arribaron al fin, con los rostros de sus tripulantes bronceados por el salitre y las brisas marinas. Aspiraron los aires con olor a juncias, entre el clamoreo de las gaviotas y el griterío de los marineros que los saludaban.
-       - ¡Hiarbas el pentarca y Orisón el navarca han regresado de las ínsulas Kasitérides! Loados sean los dioses de la luz – gritó el anunciador de las lunas…

El río Guadalquivir, el Puente de La Barqueta y la Torre Pelli
(Sevilla)


Extraído del libro: “Tartessos” 


escrito por Jesús Maeso de la Torre