Hagen y Johnny sonrieron ante la
delicada alusión. Ahora le tocaba a Johnny hablar con condescendiente
paciencia.
– Mi voz es débil. Canto una o
dos canciones, y luego ya no puedo cantar en varias horas o incluso días. Ni
siquiera resisto los ensayos o la repetición de escenas en las que debo cantar.
Mi voz es débil, está enferma.
– Eso es cosa de mujeres. ¡Que tu
voz está enferma...! Ahora cuéntame tus problemas con ese “pezzonovante” de Hollywood,
ese pez gordo que no te deja trabajar –dijo el Don, que había entrado ya
decididamente en el terreno de los negocios importantes.
Don Corleone "El Padrino"
– Es más fuerte que uno de sus
“pezzonovanti” –afirmó Johnny–. Es el dueño del estudio y consejero del
presidente de Estados Unidos en asuntos de propaganda cinematográfica para la
guerra. Hace un mes adquirió los derechos de la novela más vendida del año,
cuyo protagonista es un personaje muy parecido a mí. Ni siquiera tendría que
actuar, sino limitarme a ser yo mismo.
Tampoco tendría que cantar. Incluso podría ganar un Oscar. Todo el mundo sabe que ese papel me va como anillo al dedo. Volvería a ser grande, esta vez como actor. Pero ese cerdo de Jack Woltz no quiere saber nada de mí. Me ofrecí a hacer el papel por un precio simbólico, y ni así quiso dármelo. Al parecer ha dicho que si yo le besara el trasero en el estudio, delante de todo el mundo, tal vez reconsideraría el asunto.
"Es más fuerte que uno de sus “pezzonovanti” –afirmó Johnny–"
Tampoco tendría que cantar. Incluso podría ganar un Oscar. Todo el mundo sabe que ese papel me va como anillo al dedo. Volvería a ser grande, esta vez como actor. Pero ese cerdo de Jack Woltz no quiere saber nada de mí. Me ofrecí a hacer el papel por un precio simbólico, y ni así quiso dármelo. Al parecer ha dicho que si yo le besara el trasero en el estudio, delante de todo el mundo, tal vez reconsideraría el asunto.
Don Corleone interrumpió la perorata con un gesto. Entre personas razonables, los problemas de negocios siempre podían solucionarse. Puso la mano en el hombro de su ahijado.
– Estás desanimado, piensas que
nadie se preocupa de ti y has adelgazado mucho. Bebes con exceso ¿no? Además,
estoy seguro que duermes poco y tomas pastillas –mientras hablaba movía la
cabeza en un reiterado movimiento de desaprobación–. Ahora quiero que sigas mis
órdenes –prosiguió el Don–. Quiero que permanezcas en mi casa durante un mes.
Quiero que comas bien, que descanses, que duermas. Quiero que seas mi
compañero; me gusta tu compañía, y quizás incluso aprendas algo del mundo en el
que se mueve tu padrino.
Además, incluso es posible que lo
que aprendas te sirva para moverte mejor en el gran Hollywood. Pero nada de
cantar, y mucho menos de alcohol o de mujeres. Después podrás regresar a
Hollywood, y ese pezzonovante te dará el papel que tanto deseas. ¿Hecho?
Don Corleone y Johnny Fontane
Johnny Fontane no podía creer que
el Don tuviera tanto poder. Pero su padrino era un hombre que nunca había
fallado: si decía que una cosa podía hacerse, se hacía. No obstante, se atrevió
a plantear una objeción.
– Este tipo es amigo personal de
J. Edgar Hoover. Me parece que ni siquiera usted podrá levantarle la voz.
– Es un hombre de negocios
–replicó el Don, suavemente–. Le haré una oferta que no podrá rechazar.
– Es demasiado tarde –se lamentó
Johnny–. Ya han firmado todos los contratos. Además, empezarán a rodar dentro
de una semana. Es absolutamente imposible.
Don Corleone, con suma paciencia, despidió a Johnny.
Don Corleone, con suma paciencia, despidió a Johnny.
– Regresa a la fiesta, muchacho. Tus amigos te están esperando. Déjalo todo en mis manos.