PISTAS Y BARRO

El discurrir de la marcha se hace ameno cuando en el recorrido nos encontramos paisajes inolvidables. Caminos infinitos con trazados preciosos en donde el tiempo se detiene y el avance sobre ellos se convierte en la mejor de las carreras.

domingo, 28 de enero de 2018

Cuando estaba a su lado olvidaba el horror de la cruzada, su preocupación por el futuro. En ella era un hombre mejor.

...Muchas horas después, en algún momento entre maitines y prima, se levantó el viento. Pasó por la colina del castillo, acarició en su camino hacia el norte los abedules que orlaban en el Mosela y rizó el agua del río.

...se levantó el viento. Pasó por la colina del castillo, acarició en su camino 
hacia el norte los abedules que orlaban en el Mosela y rizó el agua del río...

Cuando alcanzó la picota y el mercado de ganado de Varennes, ganó fuerza, de tal modo que poco después ululaba sigiloso por los callejones y hacia revolverse la basura. De un alféizar del muro de la Torre del Hambre se desprendió un chuzo de hielo, tan largo como un brazo, el último que aún pendia allí, y se estrelló muchos codos mas abajo en el suelo de barro sin ser advertido por los habitantes del barrio, que dormían bajo gruesas mantas de lana y soñaban con la cercana primavera. La oscuridad era casi total. Solo en una ventana palpitaba una luz.
Jean había encendido una vela y contemplaba el rostro de Adéle. Estaba tendida junto a él, su cabeza descansaba en el brazo doblado debajo de ella, la manta había resbalado hasta el trasero y el resplandor de la luz corría sobre la espalda desnuda. Su cabello se enroscaba en remolinos sobre la almohada, un mechón se apoyaba en sus labios y temblaba con cada respiración; su rostro era un paisaje perfecto de sombras y piel suave.
En la casa reinaba el silencio. Hacía mucho que los invitados a la boda se habían ido o yacían totalmente borrachos en la sala y el zaguán. Jean se quedó inmóvil y estudió pulgada a pulgada el cuerpo de Adéle. No podía explicarse lo que sentía por ella...Sus sentimientos le abrumaban cada día que pasaba.
"Es como yo".
Cuando estaba a su lado olvidaba el horror de la cruzada, su preocupación por el futuro. En ella era un hombre mejor.
Cuidadoso, le subió la manta hasta los hombros porque hacía frío en la habitación. Sacó el nazar del arcón que había junto al lecho y lo hizo girar en la mano, de tal modo que atrapó la luz de la vela y brilló como un rubí. Con mucho tiento, metió el amuleto bajo la almohada de ella.
"Protégela, cada día y cada noche"
Apagó la vela y se tumbó junto a Adéle...

Cuando estaba a su lado olvidaba el horror de la cruzada,
su preocupación por el futuro
...Aristide tragó saliva con esfuerzo. ¿Cómo, por todos los espíritus de la antesala del infierno y los demonios cornudos del purgatorio, sabía Ferry de Velín?
- Eso son mentiras - logró decir -. Acusaciones sin fundamento. No creáis ni una sola palabra.
- Tengo pruebas.
Yolande estaba rígida. Luego, en un instante, su rostro se transformó en una mueca de odio.
- ¡Cerdo! - gritó, y se lanzó sobre él, le pegó, le abofeteo, le araño las mejillas -. ¡Perro repugnante, fementido, impío! ¡Ojalá revientes y te ahogues con tu propia depravación!
Él le sujetó las manos. Ella le escupió en la cara, le dio una patada en la espinilla y se soltó.

¡Perro repugnante, fementido, impío!
¡Ojalá revientes y te ahogues con tu propia depravación!



Extraído del libro: "La sal de la tierra"

Escrito por Daniel Wolf


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