Viendo la desenvoltura y la
seguridad en que vivían aquellas gentes, comprendí que aquel estrecho parecido
de los sexos era, después de todo, lo que podía esperarse; pues la fuerza de un
hombre y la delicadeza de una mujer, la institución de la familia y la
diferenciación de ocupaciones son simples necesidades militantes de una edad de
fuerza física. Allí donde la población es equilibrada y abundante, muchos
nacimientos llegan a ser un mal más que un beneficio para el Estado; allí donde
la violencia es rara y la prole es segura, hay menos necesidad -realmente no
existe la necesidad- de una familia eficaz, y la especialización de los sexos
con referencia a las necesidades de sus hijos desaparece. Vemos algunos indicios
de esto hasta en nuestro propio tiempo, y en esa edad futura era un hecho
consumado. Esto, debo recordárselo a ustedes, era una conjetura que hacia yo en
aquel momento. Después, iba a poder apreciar cuán lejos estaba de la realidad.
Mientras meditaba sobre estas
cosas, atrajo mi atención una linda y pequeña construcción, parecida a un pozo
bajo una cúpula. Pensé de modo pasajero en la singularidad de que existiese aún
un pozo, y luego reanudé el hilo de mis teorías. No había grandes edificios
hasta la cumbre de la colina, Y como mis facultades motrices eran
evidentemente milagrosas, pronto me encontré solo por primera vez. Con una extraña
sensación de libertad y de aventura avancé hacia la cumbre.
Con una extraña sensación de libertad y de aventura avancé hacia la cumbre |
Pero con semejante cambio de condición vienen las inevitables adaptaciones a dicho cambio. A menos que la ciencia biológica sea un montón de errores, ¿cuál es la causa de la inteligencia y del vigor humanos? Las penalidades y la libertad: condiciones bajo las cuales el ser activo, fuerte y apto, sobrevive, y el débil sucumbe; condiciones que recompensan la alianza leal de los hombres capaces basadas en la autocontención, la paciencia y la decisión. Y la institución de la familia y las emociones que entraña, los celos feroces, la ternura por los hijos, la abnegación de los padres, todo ello encuentra su justificación y su apoyo en los peligros inminentes que amenazan a los jóvenes. Ahora, ¿dónde están esos peligros inminentes? Se origina aquí un sentimiento que crecerá contra los celos conyugales, contra la maternidad feroz, contra toda clase de pasiones; cosas inútiles ahora, cosas que nos hacen sentirnos molestos, supervivientes salvajes y discordantes en una vida refinada y grata.
Pensé en la pequeñez física de la
gente, en su falta de inteligencia, en aquellas enormes y profundas ruinas; y
esto fortaleció mi creencia en una conquista perfecta de la Naturaleza. Porque
después de la batalla viene la calma. La Humanidad había sido fuerte, enérgica
e inteligente, y había utilizado su abundante vitalidad para modificar las
condiciones bajo las cuales vivía. Y ahora llegaba la reacción de aquellas
condiciones cambiadas.
Bajo las nuevas condiciones de
bienestar y de seguridad perfectos, esa bulliciosa energía, que es nuestra fuerza,
llegaría a ser debilidad. Hasta en nuestro tiempo ciertas inclinaciones y
deseos, en otro tiempo necesarios para sobrevivir, son un constante origen de
fracaso. La valentía física y el amor al combate, por ejemplo, no representan
una gran ayuda -pueden incluso ser obstáculos- para el hombre civilizado. Y en
un estado de equilibrio físico y de seguridad, la potencia, tanto intelectual
como física, estaría fuera de lugar.
Pensé que durante incontables
años no había habido peligro alguno de guerra o de violencia aislada, ningún peligro
de fieras, ninguna enfermedad agotadora que haya requerido una constitución
vigorosa, ni necesitado un trabajo asiduo. Para una vida tal, los que
llamaríamos débiles se hallan tan bien pertrechados como los fuertes, no son
realmente débiles. Mejor pertrechados en realidad, pues los fuertes estarían gastados
por una energía para la cual no hay salida. Era indudable que la exquisita
belleza de los edificios que yo veía era el resultado de las últimas
agitaciones de la energía ahora sin fin determinado de la Humanidad, antes de
haberse asentado en la perfecta armonía con las condiciones bajo las cuales
vivía: el florecimiento de ese triunfo que fue el comienzo de la última gran
paz. Esta ha sido siempre la suerte de la energía en seguridad; se consagra al
arte y al erotismo, y luego vienen la languidez y la decadencia.
Hasta ese impulso artístico
deberá desaparecer al final -había desaparecido casi en el Tiempo que yo veía
-. Adornarse ellos mismos con flores, danzar, cantar al sol; esto era lo que
quedaba del espíritu artístico y nada más. Aun eso desaparecería al final,
dando lugar a una satisfecha inactividad. Somos afilados sin cesar sobre la
muela del dolor y de la necesidad, y, según me parecía, ¡he aquí que aquella
odiosa muela se rompía al fin!
Permanecí allí en las condensadas
tinieblas pensando que con aquella simple explicación había yo dominado el
problema del mundo, dominando el secreto entero de aquel delicioso pueblo. Tal
vez los obstáculos por ellos ideados para detener el aumento de población
habían tenido demasiado buen éxito, y su número, en lugar de permanecer
estacionario, había más bien disminuido. Esto hubiese explicado aquellas ruinas
abandonadas. Era muy sencilla mi explicación y bastante plausible, ¡como lo son
la mayoría de las teorías equivocadas!
Esto hubiese explicado aquellas ruinas abandonadas. Era muy sencilla mi explicación y bastante plausible, ¡como lo son la mayoría de las teorías equivocadas! |
Alrededor de las ocho o las nueve
de la mañana llegué al mismo asiento de metal amarillo desde el cual había
contemplado el mundo la noche de mi llegada. Pensé en las conclusiones
precipitadas que hice aquella noche, y no pude dejar de reírme amargamente de
mi presunción. Allí había aún el mismo bello paisaje, el mismo abundante
follaje; los mismos espléndidos palacios y magníficas ruinas, el mismo río plateado
corriendo entre sus fértiles orillas. Los alegres vestidos de aquellos
delicados seres se movían de aquí para allí entre los árboles. Algunos se
bañaban en el sitio preciso en que había yo salvado a Weena, y esto me asestó
de repente una aguda puñalada de dolor. Como manchas sobre el paisaje se
elevaban las cúpulas por encima de los caminos hacia el Mundo Subterráneo.
Sabía ahora lo que ocultaba toda la belleza del Mundo Superior. Sus días eran
muy agradables, como lo son los días que pasa el ganado en el campo. Como el ganado, ellos ignoraban
que tuviesen enemigos, y no prevenían sus necesidades. Y su fin era el mismo.
Me afligió pensar cuán breve
había sido el sueño de la Inteligencia humana. Habíase suicidado. Se había puesto
con firmeza en busca de la comodidad y el bienestar de una Sociedad equilibrada
con seguridad y estabilidad, como lema; había realizado sus esperanzas, para
llegar a esto al Final. Alguna vez, la vida y la propiedad debieron alcanzar una casi absoluta seguridad. Al rico le habían garantizado su riqueza y su bienestar,
al trabajador su vida y su trabajo. Sin duda en aquel mundo perfecto no había
existido ningún problema de desempleo, ninguna cuestión social dejada sin
resolver. Y esto había sido seguido de una gran calma.
Una ley natural que olvidamos es
que la versatilidad intelectual es la compensación por el cambio, el peligro y
la inquietud. Un animal en perfecta armonía con su medio ambiente es un
perfecto mecanismo. La naturaleza no hace nunca un llamamiento a la
inteligencia, como el hábito y el instinto no sean inútiles. No hay
inteligencia allí donde no hay cambio ni necesidad de cambio. Sólo los animales
que cuentan con inteligencia tienen que hacer frente a una enorme variedad de
necesidades y de peligros.
Así pues, como podía ver, el
hombre del Mundo Superior había derivado hacia su blanda belleza, y el del Mundo
Subterráneo hacia la simple industria mecánica. Pero aquel perfecto estado
carecía aún de una cosa para alcanzar la perfección mecánica: la estabilidad
absoluta. Evidentemente, a medida que transcurría el tiempo, la subsistencia del
Mundo Subterráneo, como quiera que se efectuase, se había alterado. La Madre Necesidad,
que había sido rechazada durante algunos milenios, volvió otra vez y comenzó de
nuevo su obra, abajo. El Mundo Subterráneo, al estar en contacto con una
maquinaria que, aun siendo perfecta, necesitaba sin embargo un poco de
pensamiento además del hábito, había probablemente conservado, por fuerza,
bastante más iniciativa, pero menos carácter humano que el Superior. Y cuando
les faltó un tipo de carne, acudieron a lo que una antigua costumbre les había
prohibido hasta entonces. De esta manera vi en mi última mirada el mundo del
año 802.701. Esta es tal vez la explicación más errónea que puede inventar un
mortal. Esta es, sin embargo, la forma que tomó para mí la cosa y así se la
ofrezco a ustedes.
Después de las fatigas, las
excitaciones y los terrores de los pasados días, y pese a mi dolor, aquel
asiento, la tranquila vista y el calor del sol eran muy agradables. Estaba muy
cansado y soñoliento y pronto mis especulaciones se convirtieron en sopor.
Comprendiéndolo así, acepté mi propia sugerencia y tendiéndome sobre el césped
gocé de un sueño vivificador. Me desperté un poco antes de ponerse el sol. Me
sentía ahora a salvo de ser sorprendido por los Morlocks y, desperezándome,
bajé por la colina hacia la Esfinge Blanca. Llevaba mi palanca en una mano, y
la otra jugaba con las cerillas en mi bolsillo.
Y ahora viene lo más inesperado. Al acercarme al pedestal de la esfinge, encontré las hojas de bronce abiertas. Habían resbalado hacia abajo sobre unas ranuras. Ante esto me detuve en seco vacilando en entrar.
Me sentía ahora a salvo de ser sorprendido por los Morlocks y, desperezándome, bajé por la colina hacia la Esfinge Blanca. |
Y ahora viene lo más inesperado. Al acercarme al pedestal de la esfinge, encontré las hojas de bronce abiertas. Habían resbalado hacia abajo sobre unas ranuras. Ante esto me detuve en seco vacilando en entrar.
No puede uno escoger, sino
hacerse preguntas. ¿Regresará alguna vez? Puede que se haya deslizado en el pasado
y caído entre los salvajes y cabelludos bebedores de sangre de la Edad de
Piedra sin pulimentar; en los abismos del mar cretáceo; o entre los grotescos
saurios, los inmensos animales reptadores de la época jurásica. Puede estar
ahora -si me permite emplear la frase vagando sobre algún arrecife de coral Oolitico (1)-,
frecuentado por los plesiosaurios, o cerca de los solitarios lagos salinos de
la Edad Triásica. ¿O marchó hacia el futuro, hacia las edades próximas, en las
cuales los hombres son hombres todavía, pero en las que los enigmas de nuestro
tiempo están aclarados y sus problemas fastidiosos resueltos? Hacia la virilidad
de la raza: pues yo, por mi parte, no puedo creer que esos días recientes de
tímida experimentación de teorías incompletas y de discordias mutuas sean
realmente la época culminante del hombre. Digo, por mi propia parte. El, lo sé
-porque la cuestión había sido discutida entre nosotros mucho antes de ser construida
la Máquina del Tiempo-, pensaba, no pensaba alegremente acerca del Progreso de
la Humanidad, y veía tan sólo en el creciente acopio de civilización una necia
acumulación que debía inevitablemente venirse abajo al final y destrozar a sus
artífices. Si esto es así, no nos queda sino vivir como si no lo fuera. Pero,
para mí, el porvenir aparece aún oscuro y vacío; es una gran ignorancia, iluminada
en algunos sitios casuales por el recuerdo de su relato. Y tengo, para consuelo
mío, dos extrañas flores blancas -encogidas ahora, ennegrecidas, aplastadas y
frágiles- para atestiguar que aun cuando la inteligencia y la fuerza habían desaparecido,
la gratitud y una mutua ternura aún se alojaban en el corazón del hombre.
Y tengo, para consuelo mío, dos extrañas flores blancas |
Extraido del libro: "La Máquina del Tiempo"
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