PISTAS Y BARRO

El discurrir de la marcha se hace ameno cuando en el recorrido nos encontramos paisajes inolvidables. Caminos infinitos con trazados preciosos en donde el tiempo se detiene y el avance sobre ellos se convierte en la mejor de las carreras.

lunes, 2 de noviembre de 2015

El cuerpo del arquitecto cubrió al de la pintora, y ambos se abrazaron con tal fuerza que parecían dispuestos a fundirse en uno solo

Esta obra no es sólo un edificio de piedra y argamasa, es un homenaje a la belleza, el símbolo más sabio y más sagrado de la hermosura de la luz de Dios.

 
La Catedral de León

 
Catedral de Burgos

Esta obra no es sólo un edificio de piedra y argamasa, es un homenaje a la belleza, el símbolo más sabio y más sagrado de la hermosura de la luz de Dios.
Por eso, querido sobrino, es tan importante saber determinar la armonía en las proporciones de nuestras obras, porque a través de ellas vamos a mostrar la armonía de Dios, su número divino. Ése es el secreto de esta catedral: está construida siguiendo las proporciones del número áureo, el que Dios eligió para construir el universo. Sólo nosotros, los maestros de obra, lo conocemos, y no debemos confiarlo a nadie que no sea capaz de guardar la confianza que en cada uno de nosotros deposita nuestra hermandad.
Escucha bien: ese número es la unidad y su relación constante con dos tercios de la unidad más la unidad misma. Así ha construido Dios el mundo, y así nos ha encargado que construyamos sus templos. Somos la mano de Dios.

- Decía a Luis de Rouen a su sobrino, Enrique de Rouen

Ya sé a qué os referíais, Don Luis, pero ni siquiera esta catedral será eterna.
Las obras de los hombres están destinadas a desaparecer: obras y cuerpos, todo viene del polvo y al polvo volverá; sólo Dios permanece, y con él, su luz. El hombre puede disfrutar de la grandeza de Dios, contemplarla y admirarla, y esta catedral es el ejemplo de lo que digo. Cuando Dios lo quiera, mis huesos y mi carne apenas serán polvo que alimentará la tierra; cuando el Creador lo decida, esta estatua volverá a la piedra amorfa y mineral de donde surgió; sólo permanece el alma que Dios nos ha dado, don Luis; sólo el alma es inmortal.

Decía Don Mauricio a Luis de Rouen

- No sé; en el libro Primero de los Reyes se dice que el rey Salomón decidió por su cuenta erigir un templo en Jerusalén en honor de Dios. A diferencia de las dos arcas, cuyas medidas fueron indicadas con precisión por el Señor el templo lo edificó Salomón a su criterio. Y lo hizo empleando medidas más simples; humanas, podríamos decir. Utilizó la medida de la anchura del templo como referencia: así, para la longitud la multiplicó por tres, y en cuanto a la altura, le sumó a la anchura su mitad; sencillo es decir, humano.
- Pero el número de Dios no parece responder a las medidas de esta catedral, siempre me has dicho que iba a ser más grande y que...
- Claro. Nosotros ideamos catedrales con las proporciones del número de Dios, pero luego los hombres y sus obispos disponen, como Salomón. A pesar de que proponemos trazar las proporciones perfectas, siempre aparece un nuevo obispo que desea cambiar una capilla, modificar una portada o alterar la longitud de la nave. Cuando dirijas tu primera obra deberás tener en cuenta todo esto. Un obispo, un abad o un párroco te pedirá que traces un boceto del nuevo templo, y sobre él opinará como si fuera el mayor entendido del mundo, y te propondrá modificaciones. Y si quien lo hace es un cabildo entero, con todos sus orondos y resabiados canónigos, en ese caso las discusiones sobre cómo construir el nuevo templo pueden ser eternas.
Un buen maestro no sólo ha de saber construir un buen templo, dirigir los diferentes talleres, elegir a los mejores oficiales, seleccionar los materiales más adecuados y organizar a todos los talleres, sino también negociar salarios, discutir tiempos y pactar soluciones. Y en muchas ocasiones, el número de Dios no deja de ser una referencia casi imposible.

Conversan Luis y Enrique.

- ¿La perspectiva? ¿Qué es la perspectiva? -preguntó doña Berenguela.
- Pues la manera de reflejar en la pintura el diferente tamaño de las cosas según la distancia a la que se encuentran desde el punto de observación. Mirad aquella puerta, señora.
Teresa Rendol señaló la puerta de entrada a la capilla que estaba abierta y dejaba ver al otro lado un pasillo largo y ancho.
- ¿Y bien?
- Desde aquí vemos a las personas que están al fondo del pasillo mucho más pequeñas que las que están a nuestro lado, pero todas son de una altura similar. Pues con la perspectiva se trata de conseguir que en una superficie plana, como es una tabla o un muro, las figuras se contemplen con la misma sensación de lejanía o cercanía que el ojo logra por sí mismo.
- Vaya, ¿vos también intentáis imitar la obra de Dios, como quieren hacer esos constructores de catedrales? Ésta parece ser la obsesión de este siglo que nos ha tocado vivir: copiar a Dios.
- No, señora, no. Yo no pretendo eso, sólo deseo plasmar en mi pintura la belleza del mundo. Por eso jamás pintaré ni guerreros, ni a la muerte.
- Todo es obra de Dios.
- Dios no ha pintado este retablo -sentenció Teresa.
La reina Berenguela sonrió.
- Tened cuidado con lo que decís, muchacha; en el Languedoc o en la misma Italia algún clérigo impertinente podría acusaros de herejía por pronunciar palabras como ésas.
- Vos me habéis entendido, señora.
Doña Berenguela alargó la mano, que Teresa cogió y besó con delicadeza.
- Mi tesorero os pagará lo que queda pendiente de abonar por el retablo.

Conversación entre Doña Berenguela y Teresa Rendol.

- Hace tiempo que deseo ser tuya; creo que el momento apropiado para ello ha llegado -repuso Teresa, a la vez que se tumbaba sobre la cama.
Enrique se quitó su jubón, las calzas y las botas y quedó desnudo junto al lecho. Teresa alargó su brazo y cogió la mano de Enrique atrayéndolo hacia sí.
El cuerpo del arquitecto cubrió al de la pintora, y ambos se abrazaron con tal fuerza que parecían dispuestos a fundirse en uno solo. Después siguieron decenas de abrazos, besos y caricias. Teresa abrió sus piernas y dobló las rodillas, ofreciendo su sexo dorado y rosáceo a Enrique. El joven empujó con suavidad intentando penetrarla, pero la inexperiencia de ambos hacía difícil la culminación de su abrazo. Tras varios intentos, en los que Enrique procuró no hacer el menor daño a su amada, por fin logró penetrarla. Un escalofrío vibrante y dichoso recorrió la espina dorsal de la muchacha cuando sintió cómo el miembro terso y vigoroso de su amado rasgaba su virginidad y llenaba su vagina de un pálpito vital e incandescente.
Poco a poco la naturaleza y el instinto obraron el prodigio, y sus cuerpos se acoplaron en un movimiento acompasado y cadencioso, cuajado de susurros y jadeos, y un tremer placentero y gozoso fue creciendo como un huracán de dicha y arrobo que sorprendió a los dos amantes en forma de un vendaval de placer, delicia y fuego.
El ocaso cayó sobre la ciudad estival y violeta, y los dos jóvenes siguieron amándose en silencio; nadie molestó su duermevela. Y al final, tras la noche de amor y de dulzura, los sorprendió el amanecer plateado y fresco, abrazados como dos palmeras solitarias que hubieran aguardado durante siglos el momento más propicio para enlazar sus troncos y su savias.

Enrique y Teresa.

» Hace treinta años que obtuve en París mi diploma de maestro de obra; entonces juré tres cosas: no construir ni castillos ni prisiones, hacer el bien y procurar la felicidad de los seres humanos. Mi trabajo consiste en levantar catedrales en las que se pueda ver siquiera un reflejo de la grandeza de la Creación. En estos treinta años he podido contemplar algunas de las mejores obras que han construido los hombres, y en todas ellas, en todas, está presente la mano de alguna mujer. Una mujer nos dio la vida a todos y a una de ellas están dedicadas todas las nuevas catedrales del estilo de la luz.
» Por todo ello, no consentiré que nadie murmure, menosprecie a otro o difunda falsedades. La construcción de una catedral como ésta no sólo requiere de un plan armónico y de la geometría adecuada, sino también de que exista esa misma armonía entre cuantos trabajan en ella. Esta catedral será al fin la que represente el triunfo de la luz sobre las sombras, por eso todos cuantos trabajan aquí han de ser personas lúcidas y bondadosas.
Los argumentos de Enrique sonaron contundentes y rotundos. Tras ellos, nadie pronunció una sola palabra. Acabado el discurso, Enrique ordenó que cada uno marchara a su trabajo y que no olvidaran nunca lo que les había dicho.
- Agradezco mucho tus palabras -le dijo Teresa, una vez que se marcharon los oficiales-. Has sido muy valiente.
- Te lo debía. ¿Sabes?, antes de aceptar el encargo de venir a Burgos pasé una semana con mi madre en Chartres. Fueron unos días hermosos que de vez en cuando recuerdo con emoción. Fue la última vez que la vi. Ella me enseñó a amar las cosas sencillas, lo cotidiano. También se lo debía a ella.
- Los has dejado impresionados; creo que a partir de ahora todavía te admiran más.
- No lo he hecho para que me admiren, sino para que sepan qué pretendo.
- Debí casarme contigo; ni siquiera mis creencias cátaras debieron separarme de ti -lamentó Teresa.
- Ojalá hubieras aceptado alguna de mis reiteradas demandas.
Teresa miró fijamente los ojos de Enrique. El maestro había envejecido en los dos últimos años, pero conservaba los hombros fuertes y los brazos poderosos de quien está acostumbrado a manejar con frecuencia el martillo y el escoplo para tallar esculturas.

- Hubieras sido el mejor de los esposos -asentó Teresa.

Enrique y Teresa.


Interior y vidrieras de la Catedral de León

Interior y vidrieras de la Catedral de Burgos


Extraido del libro: El Número de Dios

Escrito por: José Luis Corral

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